Llega el final de semestre. Ese momento en el que no sabemos si queremos matar el semestre, o que él nos mate a nosotros. Ese momento en el que los que tienen vicios, empiezan a sacarlos de una forma más frecuente. Los que fuman, fuman más, los que comen, comen mucho más, los que toman... bueno no, creo que los universitarios bebemos lo mismo ya sea en mitad de semestre, al principio, al final, en vacaciones... Los semestres pasan, y el final de la carrera se avisora más y más cercano. Para unos esto puede ser un hecho emocionante, para otros, puede ser un cagadero infinito (sí, así me gusta decirle al miedo). Y es que una cosa es uno salir de la universidad y enfrentarse a construir un edificio, o a hacer planos, o vestidos de moda, o meterse a la oficina de un pasquín a obedecer órdenes de los Santo Domingo o de Ardila Lülle sobre qué escribir, y otra muy distinta salir y enfrentarse a 50 pequeños demonios metidos en esos recintos con forma de cárcel, perpetuadores del siste
Debimos... Nosotros debimos estar juntos. Permanecer juntos. Yo debí buscarte menos, provocarte más. Tú debiste quedarte. Debimos quedarnos juntos, viajar por el mundo en mi cama, deshacer las almohadas, soñar, volar, quedarnos. Debí verte más los dientes, hacerte reír, tomarte de la mano y nunca dejarte ir. Debí no haberte querido tanto, no hacerte sentir necesaria así tal vez te hubieras quedado. Debí conocerte más antes de enamorarme, debí enamorarte más antes de quererte tanto. Debí y debiste, debimos tanto...