Llega el final de semestre. Ese momento en el que no sabemos si queremos matar el semestre, o que él nos mate a nosotros. Ese momento en el que los que tienen vicios, empiezan a sacarlos de una forma más frecuente. Los que fuman, fuman más, los que comen, comen mucho más, los que toman... bueno no, creo que los universitarios bebemos lo mismo ya sea en mitad de semestre, al principio, al final, en vacaciones...
Los semestres pasan, y el final de la carrera se avisora más y más cercano. Para unos esto puede ser un hecho emocionante, para otros, puede ser un cagadero infinito (sí, así me gusta decirle al miedo).
Y es que una cosa es uno salir de la universidad y enfrentarse a construir un edificio, o a hacer planos, o vestidos de moda, o meterse a la oficina de un pasquín a obedecer órdenes de los Santo Domingo o de Ardila Lülle sobre qué escribir, y otra muy distinta salir y enfrentarse a 50 pequeños demonios metidos en esos recintos con forma de cárcel, perpetuadores del sistema y adoctrinadores de las mentes, a perpetuar las tradiciones y la cultura existente en el país que vivamos.
Y es que la tarea del profesor, no es fácil, porque puede ser malagradecida (tanto monetaria como espiritualmente) peligrosa, contraproducente y decepcionante, porque, es que las gentes dicen que hoy en día los pelaos no quieren aprender, y son más difíciles, y que con el tiempo se van a poner más difíciles todavía. Según esos cálculos, en un futuro no muy lejano, la educación será anárquica y los salones de clase serán recintos en los cuales los jóvenes se reunirán a consumir drogas porque en la casa, quizá les dé pena, porque probablemente si no les importa la opinión del profesor, menos le importará la de los papás.
¿Serán todos estas palabras, vaticinios de un futuro no muy lejano? Admito que le temo a la graduación, a salir a enfrentarme al mundo laboral docente, pero también tengo esperanza. Lo anterior era pura mierda (algunas cosas) quizá este texto no tiene mucho sentido (es verdad también) pero a lo que quiero llegar es que la profesión docente, con todos sus pro y contra, y aunque quizá los últimos sean más, es una profesión que debemos querer, y que debemos admirarnos por tener la valentía de haberla escogido.
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